La línea plana del corazón


No es el último electrocardiograma que me realizó el doctor. Alivio.

Ni el viento soplando fuertemente sobre el flanco de un castillo de naipes, formado por más de cuatrocientos, crea una línea tan plana como el título indica. Ni la recta de Euclides ni el andar de un sobrio. Ni cualquier disparo de un francotirador experto. Ni la flecha de Robin Hood. Ni guillermo Tell con su ballesta y la manzana.

Mirando la línea del horizonte me parece doblada. Ni siquiera asomado al perfil de la nariz griega, otrora que sobresale de la pared de una de las pirámides egípcias, me parece recta. Al menos tan firme y recta como la línea plana de mi corazón simbólico.

Hoy pintaron sobre mi corazón, con óleos, el horizonte. Sobre ella la pared de la pirámide que a su vez, el artista del destino esculpió la nariz griega. Antes de todo derribarse. Podría decir cómo realmente de plano es con bonitas y amargas palabras, pero no quiero llorar, y así lo digo. Bonito y sin gracia.

Mi corazón es plano, en el fondo de la línea, confirmando la ley de la «gravedad».

La palabra arrugada


Cogí el diccionario y apasionadamente busqué cada una de tus palabras que no conocía, tenías unas expresiones tan nuevas para mí que me hacía falta el apoyo de una nueva lengua para entenderte. Cada ruido de hoja pasada y su viento en mi cara, traia a mi recuerdo el sentir especial de aquella tarde sentado en el borde de una cerámica fea cuando podía escuchar claramente la de las ramas de mi aura, el mismo suspiro que las movía.

Escribía cada significado en el borde de un azulejo azul, en la parte trasera áspera, con un lápiz que desprendía su punta por momentos impregnando la arcilla. Cualquier adjetivó que encontré y que me dijiste contenía mil significados, todos apuntaban a tu muñeca, a tu garganta puntiaguda, al rastro de un perfume afamado. Lo gasté y seguía rayando con mi uña la manteca amarronada, me quedé sin dedo y con el hueso de mi muñeca protegida escribía más y más, las palabras que desconocía de ti parecían infinitas, como creadas para tus labios y mis oídos.

Me consumí, no quedaba nada de mí. Comprendí que estabas hecha de cerámica bella cartujana, y allí dejé mis restos para siempre. Y toda mi piel.

Bonitas palabras, todas juntas para mí.

Ningún hombre me hará feliz


Una compañía, una deshora, un pañuelo mojado. Su brazo me acechaba la nuca y toda la parte recta de mi espalda. La lágrima recorría toda mi mejilla y bordeaba el retozón cachete blandito que siempre acaba en mi boca, salada.

Desde aquel momento comprendí que ningún hombre me haría feliz. Ninguno de ellos. De todos los que existen, existieron y existirán. Por lo que me preguntaba entonces qué efecto tendría en mí un hombre en el futuro, y qué tuvo en el pasado. Pasaron días, incluso horas o segundos para concluir el enigma. No tenían efecto positivo, fue lo primero que deduje. Pero tampoco podía obviar que provocaban, eso sí, de vez en cuando, perdida de felicidad.

Comencé a erguir la espalda, ningún hombre me tocaría más. Ninguno. Empezaba a pensar que moriría solo. Y por fin me hacía feliz. Tener soledad, era tener felicidad. Sólo hacía falta pensar que no todo es como me enseñaron, que no hacía falta dar un beso para sentirse infeliz, que próximo a la penumbra de ellos, había luz. Y que realmente, todo lo mostrado y que mis ojos conocían era un absurdo del vil ser humano.

No quiero un hombre a mi vera, a mi ladito. Que me haga satisfacer mis deseos más oscuros y sexuales. No quiero pertenecer al gremio de los que vendieron su felicidad por un taco de carne o de sentimientos dirigidos. Que no se aparque mi vida, y sacrifique momentos por permanecer al lado de un hombre.

El hombre.

Las pocas caricias…del «cinamomo» o «cinamono»


Árbol del Edén

Que nos damos. Las pocas palabras que nos decimos.

Ayer tumbado, viendo el árbol del paraíso -el olivo de bohemia, de origen asiático- y medio cielo, sobre una toalla vieja caida en un cesped que vibraba y una soledad momentánea que relajaba mi mente asistiéndo a momentos de claridad que nunca estarán de más para con mi alma tranquila.

Y es por ello que este árbol es sabido que perteneció al Edén.

Cualquier gesto por ridículo que sea siempre cuenta, y formar parte de un son de ojos, de risas  y sorpresas causan en mi vida breves momentos de alegrías.

Tú no llores. No sufras. Tienes que conocer primero. Querer y amar después.

Su reloj anda parado, y muy pocos lo saben. Poca gente toma su muñeca para ver su tiempo. Nadie le indica a dónde mirar y todos incluido su persona lo ve normal.

Qué difícil verte. Tiempo. Horas. Con sus breves minutos y semanas.

Qué diáfano el espacio cuando miro de nuevo al cielo. Sigo en la toalla, sólo pasaron dos minutos hasta que volví a mi ser. Tenía una chochinita en el pie, ella me acariciaba y mis mejillas enrojecían. No hay más placer, que la mirada, la timidez y luego en el silencio, la locura.

Pues vivir hoy, fue vivir ayer.

Mañana ya no podré. Ni tú ni yo, volver a mirar al árbol del Edén con un intenso azul de fondo. Con la gracia que lo hicimos. Y con el punto de vista claro y conciso del saber hacer.

Yo ayer, tu no sé.

La gran mentira del amor


Pensaréis que soy oportunista al escribir esta entrada – aprovecho para felicitaros y felicitarme  por que el blog ya cuenta con 100 entradas – pero nada más lejos de mi intención, siempre he pensado lo que aquí publico hoy. Lo que me maravilla es poder decirlo a boca llena y por eso lo hago en este momento. El amor no es amor si hay elección. Es puro y básico. Si eliges no es amor.

Se puede llamar de mil maneras, se puede creer de cientos de formas, se puede sentir fuerte acariciando tu ser como un viento fresco en un infierno cálido, pero el frío de tu mente, la razón de tu cordura, y el futuro de tus pasos marcan lo que básicamente nosotros pensamos con gran ineptitud y que queda expresado en las líneas anteriores en este mismo parrafo.

Hablemos de las premisas de un buen amor: respeto, libertad, fidelidad, y por supuesto corazón. Que el «mi vida», sea tu vida. Que el «cariño», sea tu cara de niño y que el «cielo» sea tu paraíso. Porque a veces, y sólo a veces (siempre), mi vida, es mi rutina,  mi cariño,  piñones caros y el cielo, pues me imagino un bonito cuadro dónde plantar mi celo. Corazón, es lo evidente. Si falta corazón, podemos quitar las demás premisas, pero si faltan las demás, podemos dejar corazón.

Hoy sin querer me he vuelto a equivocar.

Por tu felicidad a costa de la mía.

Mi corazón =)