Como bien se expresa en suficientes escritos que uno puede revisar con el simple hecho de despertar interés por desquitarse, la belleza es un arma suficientemente potente para enamorar, distraer y absorber multitud de corazones. Siempre se ha dicho que hay bellezas que enamoran. Yo siempre personifico la belleza, siempre le pongo alma y nunca cuerpo, pues para mí la belleza no se entrega.
Yo defino la belleza como aquella que vino y se postró ante ti, amiga, la que conoce al viejo, y reconoció su propia derrota, dejándote el legado de su propia esperanza, pero ya sabiendo que tú jamás, serás derrotada como le ocurrió a ella. El último relevo.
Hay gente que piensa que la belleza física enamora. Y sí, enamora, puede ser. En mi caso, probablemente provoque un sonrisa de dicha y satisfacción, valedera para los próximos diez minutos, dos horas, cincuenta días, tres años, una vida…no sé. Esa para mí es la belleza que se entrega.
La belleza que se entrega para mi no tiene valor, para mí no es sustitutivo de nada, ni siquiera es placentera cuando no es perfecta y casi nunca lo es. Solo hacen falta cinco segundos para comprender que la virtud entregada, no sobrepasa más allá de la conocida y por lo tanto, el crecimiento personal adquirido sobrepasa las fronteras de la humildad y la paciencia de los demás. Porque una cosa es ser bella, y otra enteramente bella.
Por todo ello:
Me hace falta mucho más que la belleza que se entrega, yo necesito y quiero la que se descubre.