Madrid, en especial su corazón


Plaza de EspañaEste post está escrito no sólo para mostrar los sentimientos que en mi último viaje desencadenaron. Sino que quede también como homenaje y agradecimiento a mis amigos, que me acogieron dulcemente en sus brazos y me agasajaron (no exagero) con todas sus riquezas personales.

Tenía mucha ilusión por ir a Madrid. Descaradamente y desorbitadamente.

Madrid para mí, significa mucho. A día de hoy más. Ciudad que no conocía y que alberga dando cobijo a muchos de mis amigos, la mayoría andaluces, y otros conocidos que me he ido encontrando en la vida. Al margen de ellos, también a madrileños. Que tienen mucha Parla 😉

Tenía especial ilusión de ir a visitarte, sobre todo este año, por recorrer contigo tus calles, por sentarme contigo en tus bancos, por mirarte con tus estrellas, para saborear a tu lado tus cocinas, por acostarme contigo en tus camas, por iluminar mi camino con tus luces que lucen como imaginé que brillaban. Y lo hice. Hice todo eso y más. Todo lo que quise y deseé. Todo excepto un placer de despedida que me fue negado ¿qué placer?  Algo impensable y que se fue creando posible en torno a tus labios.

Creo que no estuve un momento en reposo, mis piernas sufrieron, claro también sufrió mi espalda, pero lo que más dolor se trajo es lo que entre mis costillas me da la vida. Injusta vida. ¿Cómo comunicarse sin errar? Estúpidas letras. Lo único lastimoso de Madrid ha sido la comunicación, está muy poco conexionada esta ciudad al lenguaje. Es más interpretativa que cualquier zona de Andalucía (no pierdas tus raíces), que es más de verdad. Pero vayan visiten la capital, es muy bella y ojalá tengan la suerte de hacerlo como yo, acompañado de la mujer con la que lo quise hacer y a día de hoy volvería a recorrer.

Senado

Buen sabor de boca, comida de cuchara, buenos recuerdos y sobre todo un fuerte refuerzo de lo que sentía por Madrid antes de ir, se ha consolidado y sé que al volver allí, estará Madrid sintiendo lo mismo. Puesto que no se puede guiar lo que uno siente, no se puede romper el destino de una mirada.

¿Recuerdas cuándo te miré Madrid?

¡Oh, mon ami, c’est l’amour!

El mudo doliente


Hace muy poco tiempo, y hablando con una chica que conozco, se me ocurrió esto que hoy plasmo aquí para que no se me olvide.

La primera pregunta que me surgió fue, ¿Cómo sienten las personas? Y después, ¿Serán iguales los conceptos de los sentimientos de todas las personas? Sé que los expertos en la materia podrán decirme que sí o que no. Pero lo que sí es seguro, es que yo no lo sé. Y aunque ya expliqué en otro entrada, de dónde provienen los sentimientos (ver aquí) la verdad es que a veces dudo en las dos primeras preguntas. ¿Son los sentimientos construidos o innatos?

Parece que sientan o no igual, o el matiz de su sentimiento sea diferente o no, lo que sí es seguro que algunos sentimientos te hacen llorar y otros reír o helarte. Luego. Calidez. Sonrojo. Disfrute. Emoción. ¿Lo mismo? Creo que no, nunca podrá ser lo mismo por la experiencia, me dijeron a veces. ¿Pero es la experiencia humana una prueba fiable y estadística para hacer cualquier tipo de estudio? Por supuesto, que no. La mayoría de nuestros sentimientos son inconscientes, incluso los que creemos conscientes y generados a propósito. Con esto podríamos decir que entonces es todo lo contrario a lo que yo he afirmado en la frase anterior. Pero no, no es así, por lo que la parte consciente de estos sentimientos está en lo que nos distingue del resto de animales. La comunicación y colaboración, compartiendo conscientemente nuestros sentimientos. Y he aquí el fallo humano.

¿Quién es el mudo doliente?

Toda aquella persona que oculta en su corazón la verdad de su sentir. Porque quiere, odia, explora de manera insconsciente. Como cualquier animal. Pero al igual que ellos, no puede transmitirlo. Y ahí está su dolor. El dolor de este mudo que no es humano. Pero siente dolor como cualquier animal al no poder expresarlo.

 

Franco, España ha muerto.


Y sí, España ha muerto. Pongo este título tan impactante porque siento, ante esta España, la impotencia que sentían mis antepasados frente a al dictadura franquista. Se preguntaréis qué hago escribiendo de política en mi blog si nunca jamás lo he hecho. Y lleváis toda la razón del mundo. Como sabéis, este blog no intenta inculcar ninguna idea de derechas o de izquierdas, ni mucho menos del centro, (si no es pa’ dentro), así que hoy tampoco vais a recibir de mi parte una opinión política por mucho que el país merezca una de éstas y bien dura.

Y viendo que como dice el título España ha muerto, así que mejor voy a hablar de mi otra España. La que recorre todas las vías y carreteras de mi patria, aquella España que no hace falta tiempo para visitarla, sino que ya es visitada a cada instante por mi corazón. La España que no se queda en España, la que emigra y vuelve, la que viene y después se va, esa España que yo sólo una vez tres días vi, y luego se fue a partir entre sollozos. Esa España amarrada y libre, con sus bosques y montañas, de cumbre nevada, con la gloria blanca en su pecho, y un centro de ríos de azúcar que desembocan en sus venas, haciéndola patria dulce y a veces empalagosa, pero preciosa, divina y filibustera, rancia con solera. Que a veces, y sólo a veces, se apiada de mí.

¡Oh España! que incluso me escribes por WhatsApp (por si alguno no sabía como se escribe), permite que un día… un día, te toque, y sobre tus mapas dibuje mi España, mi patria que son tus huesos, la que pienso cada día.

¡¡¡España de mis amores!!!

Historias de feria


Ésta es de las primeras veces, si no la primera, que disfruto al máximo de la feria de Sevilla. Y en calidad de interviniente casi al 90% de todos sus días y casi todas sus horas hábiles, os voy a escribir con un poco de graciejo sevillano y otro poco de ironía sobre nuestra feria, concretamente sobre ésta del 2012:

Comienza to ante de empezá,

pero sin domingo no hay lune.

De rodilla tuve que rezá

pa que mi chaqueta no se esfume.

Nunca tuve luce

y menos las voy a buscá,

las niñas se dan de bruce

pa hacé la espantá.

En Sevilla no hay macho galante ni guapo

pero morenas una jartá

más guapas que to esas

que rehusan de los de atrás.

Metres y metros

que a poco se atrancaban

la gente como espectros,

por las calles furulaban.

Llevo una feria de amores,

amigos y reencuentros.

No te regalé flores

pero sí sentimientos.

No pudiste apreciarlo,

por no entendé de amó

morena de mi corazón.

El alma me dolía,

la alegría alergia me tapaba la boca,

deambulando por el real moría

mi cabeza se volvía loca.

«Come tortilla gollipona y disfruta»,

gracias al  hombre con corbata y bigote al viento

que me dijo, «¡Esputa!»,

haciéndole caso recuperé el aliento.

Bailé con niña salerosa, que no sosa,

sevillanas en la muchedumbre,

también con mi prima hermosa

y su gente de cumbre.

Ya estoy casi al fin,

de esta ristra de locura

concretando este sin fin

de locas y caradura.

Conclusión de la feria,

perdí lo que creía ganao

conocí gente seria,

y el fuego fue apagao.

«Y cuando vuelva a Sevilla en primavera, me embriagaré de jazmines y azahares… o manzanilla sanluqueña. Me enamoraré de una niña de Triana… pero renacerá en mi alma la alegría cuando vuelva…»

Javier Losada,  Feria de Sevilla 2012 .

The Walking Dead


Iban caminando al tiempo que arrastraban los pies. Su espalda caía lacia pasando por los hombros y terminando en la punta de sus dedos, resbalaban sus babas goteando en la comisura de sus uñas totalmente rotas y descuidadas. El color de sus caras era pálido, blanquecino. Sus ojos abiertos no tenían posición en la mirada, diría que era como perdida en un derrame interno, en una hemorragia viva.

Pasaban por mi lado rozándome, me ponían el vello de punta, yo los miraba asustado y contrariado. Y me decía, – ayer, ese chico estaba caminando normal, y esa chica, y hoy… Acongojado seguía mirando el mundo de mi en derredor. Me pausé e intenté respirar. No tenía armas con qué defenderme, mi cabeza parecía asumida por un sortilegio y mi cuerpo en esos momentos no poseía valor alguno, mentira, para ellos sí, todo carne al igual que mi cerebro.

Caminé en cuclillas como pude durante mucho tiempo para no ser descubierto. A veces me divisaban, pero estos seguían su camino como si en sus miradas yo nunca hubiera morado. Llegué a cierto punto que me sentía ignorado, vivía a mis anchas, solo, sin preocupaciones, en mi escondrijo, me había llevado años construyéndolo, luchando por él, defendiéndolo de todo y todos. Pero cuando ya lo tenía y después del tiempo pasado, perdía todo su valor.

Decidí acercarme a ellos. La especie de moda, la mayoritaria, la ajena. Mientras derrochaban sus pasos inertes hacia ningún lugar, yo les perseguía, intentaba llamar su atención, lo que me hacía corroborar una y otra vez que realmente estaban muertos, que no disponían de fuerzas conscientes para sus movimientos torpes y surcadores. Pero nunca podía alcanzarlos, me sentía impotente, asaltado por el desdén dichoso de un maldito.

Decidí acabar con mi vida, me acerqué con todas mis fuerzas a aquel caminante que echaba tanto de menos. Le asalté, y él a mí de forma recíproca. Y con los ojos cerrados esperando ser devorado, le dije – «amigo, hoy me dejo en tus brazos para que el destino se apiade de mí». Cuando me pensé muerto, mi gran amigo habló – «gracias. Gracias por encontrarme. Y darme este abrazo sin prejuicios ni temor a perder la vida.» Yo, con lágrimas en los ojos -«¿pero puedes hablar?». Contestó, «Sí y ¡tú también, qué alegría!».

Me dijo que llevaba años intentando alcanzarme. Él, estaba refugiado en su fuerte, me veía todos los días pero no podía acercarse. Me dijo también, que me veía completamente perdido, caminando fuera de mí, adormecido, blanco, con sangre en los ojos. Que quería ir a ayudarme pero no podía, a lo que yo le expliqué lo que hoy os he contado a ustedes.

PD: Sé que hay periodos en los que nuestra mente nos ausenta del resto. Pero no os permitáis ser un zombie para vuestros seres queridos. Deseo realmente que lo consigáis.

Muchas gracias.

El error en las certezas


Asumiendo que todas las personas tenemos conocimientos esenciales en nuestra experiencia o vida, a los que podemos llamar axiomas y siendo esta sentencia misma uno de ellos, podemos deducir que existe un error muy elevado en las certezas de nuestras creencias bases, y es que el porcentaje que me puedo aventurar a calcular, no debe de variar mucho de la realidad compleja del verdadero valor.

Un axioma, es un hecho fundamental e irrefutable del que parten todas nuestras demás deducciones o demostraciones de la realidad. Por ejemplo un axioma del pensamiento humano, es la capacidad de tomar como verdad que puedo pensar, o el concepto de espacio, siempre según mi entender o lo que yo pueda sacar en conclusión sobre mi persona, esto siempre me gusta dejarlo claro.

Y a raíz de qué viene este planteamiento por mi parte. Pues de la discrepancia humana en las relaciones personales e interpersonales de los individuos de una misma sociedad, de un mismo mundo. Y es que no lo puedo explicar de otra forma que no sea asumiendo un error en las certezas básicas de nuestra vida. Está claro que cada uno de nosotros tendrá unas experiencias distintas, y por ende, distintas circunstancias que moldearán nuestra personalidad, bla bla bla… pero que hay de esas «sustancias inmateriales» principales que sustentan todo. ¿Son ciertas?. ¡No!

A muchos les podrá doler leer esto porque les estoy moviendo sus pilares, estoy amalgamando todo el cimentado de sus vidas con unas pocas palabras. Y lógicamente no estarán de acuerdo, porque aún así de explícito seguirán creyendo en la inexistencia del error en sus certezas. Pero pobre de aquel que radicalice su idea inicial. Pobre de la persona que no asuma ese error, porque así estará en discrepancia consigo mismo todo el tiempo de su vida, sin conocer ni un segundo, que podríamos reducir de alguna manera ese intervalo de error relativo y/o absoluto, que cometemos al pensar nosotros mismos sobre cosas que queremos construir en nuestro conocimiento.

¿Cuánto error hay en tus certezas? En las mías, todo.

Hagan que sus hijos sean felices


Es un ruego que les hago. Por favor, hagan que sus hijos sean felices. Me diréis claro como si fuera fácil conseguir eso. Es tan difícil que ni yo mismo sé como hacerme feliz, como voy a hacerlo con alguien que no soy yo, si no tengo experiencia ni el saber para llevarlo a cabo. Nadie lo tiene os diré.

Vuestros hijos, desde pequeños sabrán apreciar las enseñanzas, desde temprana edad. Probado queda que en los primeros tres años de vida del ser humano es cuándo absorbe todo su potencial para el resto de su vida. Aprende fundamentalmente de los padres, que deben estar muy cerca cada vez y mostrándole en todo momento las aptitudes que debe aprender. De esto va a depender en buena parte la felicidad de la persona en su vida, pero no así del todo. También necesitamos mantener las actitudes positivas, darle al niño a conocer sus miedos como retos y nunca como restricciones hacia su personalidad o vida futura. Afrontar, fallar y avanzar. Nunca decirle esto no se hace, si no esto se hace así. No sabes, si no lo  correcto es esto.

Ahora me preguntaréis dónde está la felicidad en todo este párrafo que he soltado. No lo sé. Se que serán variables infinitas las que actúen sobre la felicidad en todas las personas, pero en cada una de ellas individualmente se pueden controlar. La felicidad es interna al ser humano, y el grave error es que pensamos que tenemos que buscarla fuera de nosotros, en otras personas, en objetos, en relaciones, en amores, en amigos, en pasiones, amantes, distracciones, vicios, … Ahí no queda la felicidad, ser feliz es estar bien con uno mismo dentro de unos parámetros de vida social, vida que nos toca vivir, y que la misma vida nos quita. Si la vida es injusta, y la muerte hace justicia a esta vida. Porque no ser feliz con uno mismo. No creas en la vida. No creas en la justicia como hace la victima. Tu vives, eres la victima. No creas en ella. Sé feliz por ti mismo. Sé feliz a lo que te tocó vivir, sin creer en ello, sin pensar en nada más que tú, y lo justo que eres contigo mismo. Creo en mí. Justamente. Sé feliz con lo que te tocó vivir. Lo demás pura invención por ser, seres humanos. Vida.

Todo lo que está fuera de ti, es infelicidad.

PD: no soy autista.

Ningún hombre me hará feliz


Una compañía, una deshora, un pañuelo mojado. Su brazo me acechaba la nuca y toda la parte recta de mi espalda. La lágrima recorría toda mi mejilla y bordeaba el retozón cachete blandito que siempre acaba en mi boca, salada.

Desde aquel momento comprendí que ningún hombre me haría feliz. Ninguno de ellos. De todos los que existen, existieron y existirán. Por lo que me preguntaba entonces qué efecto tendría en mí un hombre en el futuro, y qué tuvo en el pasado. Pasaron días, incluso horas o segundos para concluir el enigma. No tenían efecto positivo, fue lo primero que deduje. Pero tampoco podía obviar que provocaban, eso sí, de vez en cuando, perdida de felicidad.

Comencé a erguir la espalda, ningún hombre me tocaría más. Ninguno. Empezaba a pensar que moriría solo. Y por fin me hacía feliz. Tener soledad, era tener felicidad. Sólo hacía falta pensar que no todo es como me enseñaron, que no hacía falta dar un beso para sentirse infeliz, que próximo a la penumbra de ellos, había luz. Y que realmente, todo lo mostrado y que mis ojos conocían era un absurdo del vil ser humano.

No quiero un hombre a mi vera, a mi ladito. Que me haga satisfacer mis deseos más oscuros y sexuales. No quiero pertenecer al gremio de los que vendieron su felicidad por un taco de carne o de sentimientos dirigidos. Que no se aparque mi vida, y sacrifique momentos por permanecer al lado de un hombre.

El hombre.

La cuerda invisible de mis pertenencias


Salí caminando de mi casa, hace pocos días de aquello, llevaba recorrido unos viente minutos cuando de repente sentí que me tiraban hacía atrás, volví la cara y no noté presencia alguna ni humana ni animal, y mucho menos sobrenatural, aunque lo pensé ciertamente. No existía otro motivo posible. Seguí caminando, era unos de mis paseos habituales que cualquier tarde puedo dar, hacia algún lugar, en la búsqueda de la soledad interpretativa para compartir mi silencio con todos ustedes. Pasos más adelante, volví a sentir de nuevo, cómo algo sobre mí ejercía una tensión inoportuna, de nuevo me giré y no vi nada.

En mi silencio, no suelo hablar en voz alta cuando estoy solo. Muchos menos cuándo estoy solo y por la calle. Pues en mi silencio intento preguntar, buscar, encontrar, solapar y dotar de espacio a mi mente con ideas novedosas (para mí, por supuesto), que me hagan ver otras dimensiones, que aparquen unas cosas y tiren las otras, renovar mi mobiliario. Como haces en tu hogar, también las ideas como los muebles se quedan viejos, tanto en estética como en valor, se arruinan. No quiero tener una casa vieja, y mucho menos un mente con polillas, cubierta de agujeros dónde todo el mundo pueda ver que no valgo nada.

Acordé conmigo mismo, después de algunos minutos de reflexión, que aquello que me sacudía hacia atrás no era exactamente algo material, ni sólido ni líquido, no tenía competencias en lo humano ni en lo espectral. Era lógicamente, la cuerda invisible de mis pertenencias. Todo aquello que me pertenecía, me hacía volver. Aquí se engloban aspectos tan importantes como el amor, los sentimientos, la amistad, la televión plana, el ordenador, la estufa, el corazón, las raíces…

Siempre había pensando que grande es el mundo. Y porqué vuelvo siempre al mismo lugar. Porqué me da placer hacerlo. Porqué necesito llevar mis pasos hacia atrás cuando los di hacia delante desde el punto de partida. Las pertenencias. Y su cuerda invisible. Que a veces alguien logra cortar.

Pobre y feliz de él.

¡Nieva!


Nunca ha dejado de nevar.

Hoy es Navidad. Esa época tan bonita donde los sentimientos afloran y las sensaciones llegan simplemente por oler la luz de las bombillas, los churros en la plaza del pueblo, las castañas… a los belenes.

Cuando la gente reparte abrazos fríos de calor humano.

Oye la paz, los ruidos del silencio en una boca angelical que armoniza los sonidos de un villancico en la esquina de la iglesia. Paz.

Caminando del brazo de la anciana vida que congela las vísperas de mi tristeza, tregua de diciembre que me permite el tiempo, para dedicar mi sazón a las cálidas ascuas de un enfermo de palidez.

Observo el ojo humano en estas fechas más que en cualquier otra y veo que nieva. Nieva en mi corazón.

Siempre.