La palabra arrugada


Cogí el diccionario y apasionadamente busqué cada una de tus palabras que no conocía, tenías unas expresiones tan nuevas para mí que me hacía falta el apoyo de una nueva lengua para entenderte. Cada ruido de hoja pasada y su viento en mi cara, traia a mi recuerdo el sentir especial de aquella tarde sentado en el borde de una cerámica fea cuando podía escuchar claramente la de las ramas de mi aura, el mismo suspiro que las movía.

Escribía cada significado en el borde de un azulejo azul, en la parte trasera áspera, con un lápiz que desprendía su punta por momentos impregnando la arcilla. Cualquier adjetivó que encontré y que me dijiste contenía mil significados, todos apuntaban a tu muñeca, a tu garganta puntiaguda, al rastro de un perfume afamado. Lo gasté y seguía rayando con mi uña la manteca amarronada, me quedé sin dedo y con el hueso de mi muñeca protegida escribía más y más, las palabras que desconocía de ti parecían infinitas, como creadas para tus labios y mis oídos.

Me consumí, no quedaba nada de mí. Comprendí que estabas hecha de cerámica bella cartujana, y allí dejé mis restos para siempre. Y toda mi piel.

Bonitas palabras, todas juntas para mí.