La historia de Jekyll y Mr Hyde


Una vez conocí a una chica, que tenía un chico para cada día de la semana. Me pareció una idea lógica para una chica de mirada fácil, de beso fácil. Superada por su ego, llegué a pensar que necesitaba tanto cariño que con un solo hombre no podía saciarse. La triste historia terminó con la chica suicidada, pues todos los hombres nunca llegaron a compenetrarse. De tal forma, que al final sólo le quedaron dos, el que le traía la pena y el que recogió su cuerpo lacio en aquellos tristes días.

El carácter oportuno de esa chica, se hacía valer con el paso de los días. Nada daba, todo pedía. Cuando tomaba la poción blanquecina que recalaba en grisácea a altas horas de la noche, conocía el lado más malvado de su corazón. Apuntaba a un negro intenso del más oscuro de su personalidad, sonidos y visiones, venían a su cabeza para locutar desde lejos un nuevo presente. Sonidos y visiones de nuevo.

Ínclito el Doctor Jekyll, no cesaba en su angustia, y repercutía en toda su familia, aunque se pensaba solo. También pensaba que la virtud de su pasado, o del resto de la gente que acomodaba entre la palma de sus manos, era guía y triunfo, no sólo para ella si no para Mr Hyde encantador. Nunca he llegado a consumir cocaína en tintes excesivos como para provocar lapsos tan eternos e intermitentes en mi mente. Secreto.

El remordimiento tras lo que le llevó a saber que hizo mal y obró mal, o el consuelo del saber que pedía perdón. Pero lo último no era tan humillante como lo primero, y así sufría su alma. Ya no era Hyde ni Jekyll, no era nadie. Que es peor aún que ser dos.

Una estaca que traía vida a su frío cuerpo. Un desmesurado desdén provechoso para tocar el cielo.

Amigo Jekyll, amigo Hyde. Bye bye!