Los carros que trajeron las uvas


Un califa sentado a la sombra bajo un árbol frondoso que le ofrecía buen cobijo bajo el sol, observaba casi tumbado el paso ruidoso de carros y carretas en un camino de tierra, vía antigua romana, que cruzaba y divergía a distintos reinos como destino.

Al principio, los carros pasaban fuertes y con ruidos leves, que sólo producía el chocar de la madera y la piedra. Los carreteros, fuertes o débiles, atajaban agerridos las riendas de los mulos, que tiraban con ansia de aquellos armatostes de mercancías. El califa con cautela veía pasar carros y carros desde su postura tranquila, y dedujo que aquella materia prima que transportaba el carretero tenía un fin preciso y conocido. El mercado.

Pasaron los meses y algunos días posteriores, cuándo el pordiosero califa notó un cambio sustancial en el eje de la mercancia, ¿habría pasado algo en la lonja?, se preguntaba. Si aquí los días fueron padres, repetía, ¿por qué no aprendieron a continuar su camino feliz?, ¿qué hay de aquellas carretas hermosas?. Ahora las carretas pasaban desvencijadas y formaban un estruendo nada simpático para los oídos, comunicando con vehemencia y rapidez a aquel hombre tan inteligente, que el mercado había cambiado, qué ahora el momento lo configuraban los carreteros que iban a intentar vender y no los que ya sabían que tenían vendida su mercancia. Esperaban llegar y sin más interés, que el de comerciar con su propio material, siempre transportado por su vieja carreta.

El califa se desprendió de su ropa y al pasar aquellos hombres humildes en el negocio y en la vida, comprole a todos las carretas y su mercancía, llevosle a su palacio y ofrecele toda la ropa, comida y bebida, incluso mujeres para premiar su buen destino. Siendo aquellos hombres de carretas modernas quienes viendo la suerte del pobre, rompieronse las vestiduras y arrodillaronse ante ellos, de la propia verguenza de la profesión y camino de vida fácil que intentaron seguir. Los primeros sin más concedieron el inmenso placer a los pobres (ahora sí, de vida) en permanecer con ellos en el castillo y darles las riquezas que merecieron al rectificar su falso afán de vida.

Confiesan.